La cita era al mediodía, para dar inicio a la bendición del manto sagrado, y veintiún fueron mis pacientes congregados, llamados para recibir majestuosa bendición. Hincado y de rodillas inicié la oración, elevando mis brazos sin medir la fuerza de mi voz, hasta que del cielo bajó la orden de mi Señor, autorizándome a tomar asiento en el banquillo de su elección.

Sumiso y obediente procedí a entregar mi alma, corazón y vida, hasta que perdí la razón. Recuerdo que vi bajar el espíritu de Dios, en forma de una indescriptible paloma, que explotó lleno de luz. Los presentes (distribuidos en forma de media luna) se elevaron sin saber que era la renovación de un bautizo, en el centro espiritual de la sesión.

Vi bajar, entonces, unos ángeles que se posaron delante de los veintiún señalados por el Señor, y extendiendo su manto retiraron toda esencia no digna de nuestro Creador. Del cielo bajaban rayos intensos, como aurora polaris, que me cegaron por un instante, luego la luz se intensificó, uniformándose toda alrededor, creando un estado de profunda elevación.

Inmediatamente San Miguel Arcángel se hizo presente con grandes ejércitos de ángeles (nunca antes visto por mis pupilas espirituales), elevando su espada al cielo anunció su llegada. Todo se iluminó nuevamente, como una explosión de luz y color, creando la perfecta atmósfera para la llegada de nuestro Salvador.

La perfección fue el reflejo de la abstención al hablar, en un lenguaje perfecto para poder escuchar los mensajes que a cada uno nos quiso regalar. Nuestras almas estallaron en llanto cuando sus manos tocaron nuestros cráneos y su ley no se hizo esperar, sellando en nuestra frente y nuestras mentes el mensaje: ‘El manto sagrado se usará en todo momento’, ‘Antes de que tomemos una decisión en ayuda a los demás, tenemos que consultar’, ‘Llevar amor sin caer en la tentación de realizar otra práctica mundana y/o espiritual’.

Mis ojos se abrieron despertando a mi realidad y viendo muchas lágrimas derramar. Los veintiún presentes me miraban sin poder explicar los regalos que vieron sus ojos. Y solo fueron veintiún, a quienes Dios quiso premiar.