Doscientos mil pesos es el precio del infierno para aquellos que toman el bendito nombre del Altísimo para sus felonías. La razón de este comentario es que hace algunos meses llegó a mis oídos la siguiente barbarie: unos individuos raptaron a su propia nieta y la entregaron a  ‘La santísima muerte’. Yo me pregunto: ¿cuándo la muerte estuvo por este valle terrenal en cuerpo y alma?, ¿dejó huella de su presencia en unos óseos memorables? Es increíble que la ignominia siga reinando en aquellos que quieren hacer justicia con sus propias manos, creyendo hacer el bien y comprando a los demás, así como ignorando el hecho de que Dios todo lo ve y todo lo sabe. Su castigo y tarea es con su propia salud y la de sus hijos, pero ellos se rehúsan a creer en el mundo espiritual y siguen ganando cada día más el Sheol, condenándose a una afrentosa muerte.

Recordando la historia de mi adorada Chuy (mujer bendita, quien amó a Jesús y a la virgen Santísima, quien fuera víctima de su réprobo esposo y de su execrable hija), de repente hizo acto de aparición, pidiéndome que la ayudara en una ardua tarea. Habiendo transcurrido los años, los que no pasaron en vano, tengo el privilegio de ser testigo y ver con ojos espirituales la justicia que les deparará  a cada uno de ellos por haber destrozado el corazón de una inocencia bendita, apartándola del amor de su madre, así como por haber escupido el rostro y reventado el apéndice de  Dios.

Veo;

Al primer fratricida sin poder caminar, porque su dios llamado guita no le ayudará en nada, viejo y acabado con el cabello blanco, levanta sus manos aplaudiendo a su supuesto maestro, grita y llora como un farisaico, pidiendo clemencia para su salvación después de haber profanado los restos humanos de su querida esposa, manifestando  ‘que fue lo mejor’. Veo su agonía, cada día sin compasión, y su final ridículo por el paso en este valle terrenal, pues fue un mal ejemplo para su descendencia y el hazmerreír para muchos de nosotros. Enseñanza que no debemos de practicar, pues debemos de renunciar a los cuadros  de miseria espiritual y de mezquindad.

 La segunda parricida se quedará sin sus comercios y sin su dios naterón, llorando miseria por evasión de gravámenes y terminando en la galera por falsificación de firma y documentos.  Y de sus vástagos; la primera huirá de las vejaciones de su padre, que aún tiene el descaro de predicar en un adulterado templo, usurpando el libre albedrío de pequeños inocentes que andan buscando a Dios, queriéndolo encontrar.  El segundo caerá enfermo y no de muerte, para que su madre aprenda que ‘a hierro matas, a hierro mueres’, quien con sus ridículas lágrimas evaporadas por sus preces impersonales hará que el pequeño varón huya al Norte, desquiciado y muy enamorado, pisando los talones al amor de su vida, volando muy alto para nunca más volver.

La prueba apenas empieza, los adoradores de la Calaca quedaron sepultados con sus falsos ternos de mediocres comerciantes y presos por sus perjurios. El rostro falaz del presunto pastor canoso manchado está, con su prominente joroba y con sus días contados carga el peso en su conciencia de una absurda cremería, tan solo por haberse burlado del maestro Redentor.  Escrito está la sorpresa pública que se les dará y sus inadmisibles apellidos quedarán grabados en los rotativos de la capital. La muerte de los mercaderes se aproxima y muchos ojos los siguen con excesivos lentes, ojos que los persiguen como su sombra. Las pruebas rondan y el miedo les invade a más no poder, hasta que caigan en su mustio final.

Veo;

La presencia de ‘Chuy’ y su dulce venganza.