El pueblo de San Diego, Texcoco, Estado de México se vistió de gala al recibir a dos hijos de la patria, una mujer guerrera de la misma tierra mexica «En las jarillas de los riscos» y otro guerrero de la benditas tierras de Veracruz, propiamente de «Ahuilizapan o Ciudad de las Aguas Alegres», que lucharon incansablemente durante años para alcanzar la dicha y felicidad. Siendo testigo presencial y en mi condición de guía espiritual, el encargado de unir aquellos benditos corazones que a lo largo de sus pruebas tenaces nos mostraron ejemplo de vida, de fe y de entrega en la obediencia. El Espíritu Santo se hizo presente con el primer regalo del día y es que llegó de manos de Alan Lazalde Cruz, la Biblia consagrada que marcaría sus vidas para siempre. La ceremonia espiritual familiar transcurrió de lo más hermosa y con un cirio en mano, la palabra anunciada por Dios fue dicha y expresada, bajo la copa de un árbol.

El calor estaba a reventar y desde la entrada al jardín nos recibió un carrito paletero con cientos de paletas de agua y de leche, en el centro de las mesas unos bellos adornos de flores multicolores, acompañados con una pequeña carreta llena de dulces tradicionales mexicanos. Los invitados iban llegando muy a la habitual usanza de su estado o región, muchos con guayaberas de diferentes tonos, otros con trajes de lino o de manta bordadas, etcétera. Hablar de la comida era hablar de manjares celestiales, tacos de barbacoa llenaban las mesas, así como la picosa salsa roja y verde hecha por la progenitora de la novia, y los tamales de frijoles hechos con hoja santa elaborados por la progenitora del novio.

A tanta exquisitez no podía faltar el pollo con mole y con arroz a la mexicana, y selectas bebidas espirituosas para el gusto de los invitados.  Una carpa blanca gigante albergó a más de 300 personas, aproximadamente y en el centro una singular tarima, que fue la pista de baile. Al fondo nos esperaba un grupo jarocho que tocó toda la tarde amenizando el evento, luego vino un grupo musical versátil con otras tantas horas y de cajón, para finalizar la fiesta, no podía faltar un excelente mariachi, que cerró con broche de oro tan exquisita reunión, cantando sorpresivamente Teresa Rey Castrejón y un seguro servidor.

Se suele hablar de un matrimonio perfecto cuando, desde la entrada hasta la salida, no hay inconvenientes ni agravios, ni escenas de violencias, ni extraños. Estuvieron los que se merecían estar por orden del dueño y señor de nuestras vidas. Los adornos de papel picado nos transportaron a ese México lindo y querido, por no decir que la boda fue mexicanísima. La pista de baile nunca quedó vacía; por el contrario, familiares y amigos contentos bailaban  de ver a Daniela y Aarón en su unión matrimonial, que horas antes hiciera el Juez de la oficialía 01 Texcoco del Registro Civil del Estado de México. El grupo musical versátil dio inicio a ‘la víbora de la mar’, aquel maravilloso juego de rondas, e hizo participar a todos en tan fausta fiesta inolvidable y placentera. En las porras vitoreaban al unísono la palabra ‘beso, beso, beso’, y nuestras pupilas nunca dejaron de ver la vehemencia de sus corazones después de compartir un rico pastel de chocolate con fondant extendido de cuatro pisos de alto.

Recuerdo haber salido muy tarde, casi al cierre, y al despertar al día siguiente, mi cerebro reflejaba en mi mente, imágenes de haber visto a Jesús de Nazareth predicando en Caná en Galilea y los elegidos preguntaban queriendo saber más de su bendita sabiduría. Atentos y felices, veían como reían los esposos, sabiendo que en el hombre vestido de lino blanco yacía el espíritu de Dios, el mismo que convirtió el agua en vino, el mismo que los casó.

Todo sucedió en el día de nuestra amada Virgen María, un sábado 27 de julio de 2013.