Tus llagas me están alcanzando en el umbral de mi casa, y son mis persianas verdes la esperanza de un mañana. Rezo a mi Cristo que me dejó vivir cinco décadas, y le doy gracias por su bendición en la semana de mi fiesta y de mi supuesta creación.

Los regalos se dejaron venir en la inmensidad de tu amor, a través del llanto de las olas y de la brisa del mar, de la riqueza de tu contagiosa pasión universal. Nunca estuve sumergido en el dolor, porque tu ejército fue la mejor defensa para mi salvación. Y tu perfección selló el pasado patético y oscuro, al quedar al descubierto la infamia y el horror. ‘No es soplar y hacer botellas’, es vivir en paz y no sangrar a los demás.

Muchos te escupieron y se rieron de mí porque no tenían ojos para ver ni oídos para oír, y fueron los mismos que en tu calvario  te apedrearon, pero no pasó mucho tiempo para que victorioso salieras de ahí.  Temblando siempre estuvieron porque así lo quisieron, y no pudieron con su propia desgracia. Por eso me diste la gracia de ‘tener la sartén por el mango’, al tener la misericordia en mis manos.

Encontrado y destapado quedó el daño, con ello la pérdida de todo lo creado, porque quedó al descubierto su final.  Tú le diste la libertad de elegir, pero ellos llamaron a la ‘muerte a mano airada’ y se equivocaron, ahogándose en su propia sangre con su pena capital. Tus plantas cuelgan al pie de mi recámara, suspendidas como un ángel de la guarda y es la hermana blanca, mi mejor aliada, quien dará paso a nuestra esperada alianza de amarnos hasta la eternidad.

Esperamos tu  bendita resurrección.