San Valentín, ¿dónde estás? No creo que estés molesto conmigo, porque ya habías anunciado que esta semana me darías un regalo y lo creo de todo corazón; no quiero caer en la duda, tu bien sabes la fuerza que tengo en mi pequeña fe. Seguiré esperando tus mandatos, pero no me dejes a la intemperie, te lo suplico, por favor.

Te contaré que la semana pasada conocí a una linda pareja, llena de amor, la estuve observando todo el tiempo, cómo eran sus modales, sus expresiones y sus comportamientos. No cabe duda de que Dios te dio el don de unirlos para la eternidad, ya que se siente y se respira la perfección, así como la sinfonía de sus nombres, que denotan ser almas gemelas llenas de amor.

Todos estos sentimientos se volcaron en mi vida y en mi realidad, porque lo que no se ve, es visto y lo que no se toca, es tocado. Sé que tengo que sufrir para merecer dicha y felicidad, pero no me quejo, más bien, doy gracias a la vida por regalarme tanto dolor, pues a través de los años he aprendido a morir cada día, hasta mi paladar me sabe a muerte.

Tu bien sabes San Valentín que mis lágrimas se evaporaron, pero tengo la seguridad de que llegaron al cielo, al igual que mis oraciones, y sé que en este tiempo no voy a escapar de tus encantos porque ya me flechaste para siempre. No tengo cómo agradecerte el haberme enseñado a esperar el amor, el verdadero y único amor.

Espero verte pronto con tu mirada angelical, enamoradizo y galante, como todo un gran cupido y señor, para darte las gracias por ser mi fiel amigo y cuidador.